jueves, 21 de octubre de 2010

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Se blanquea la soledad con la semántica del trueno en el cuartito que comparte con la amargura. Cortinitas de encaje a la hora de la siesta con martillito en mano clavan clavitos en el cariado silencio bajo las prisiones de los rostros cerrados de la tribu de las vides o por el engrasado ronquido del hombre blanco/

El niño desencantado de la vida rabioso se retuerce de huecos taciturno y se llora/

En la parada del metro el áspero reflejo de uno mismo proyectado sobre la babel que corre entre raíles te absorbe como tabardillo/ funesto cuaderno/ floraciones del arroyo/ y se va tu inútil cuerpo (ahí es que se va) sin pagar peaje por el atajo dulce del campanario/

Finalmente suspiras bajo el hechizo de unos ojos grismente grises como el relámpago del naufragio que te arranca una recóndita carcajada para que las sombras que se despliegan de tu felicidad te abracen como camisa de fuerza sobre un fondo de herraduras mientras alguien toca “ Nessun Dorma”/ es el lúgubre rayo sincopado de la riqueza lo más parecido a un beso de mujer que jamás llegaras a sentir.

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